miércoles, 9 de julio de 2014

RUSIA: UN RETO AL NUEVO ORDEN MUNDIAL POSTERIOR A LA GUERRA FRIA

Cuando el presidente George H. W. Bush declaró en el discurso sobre el Estado de la Unión de 1.991 el nacimiento de un “nuevo orden mundial” basado en las ideas de “paz y seguridad, libertad y el imperio de la ley” , las relaciones internacionales que desde la post – guerra habían girado en torno al enfrentamiento de dos grandes superpotencias dieron paso a un mundo unipolar, en donde los EE.UU. surgía como el único poder hegemónico. En efecto, con la finalización de la Guerra Fría, la mayor parte del debate en el campo de las relaciones internacionales giró en torno a temas diferentes a la geopolítica. El nuevo mundo unipolar había dejado atrás las preocupaciones propias de la carrera armamentista entre EE.UU. y la otrora URSS o la definición de esferas de influencia entre uno y otro bloque para dar paso a asuntos más relacionados con esquemas de gobernanza mundial, en donde el cambio climático, el comercio o la expansión de los valores democráticos de occidente dominaban la agenda de los líderes mundiales. Este mundo unipolar de comienzos de los 90s, se caracterizó también por una rápida expansión de los gobiernos elegidos democráticamente. Así, en regiones como Latinoamérica, las dictaduras de antaño fueron dando paso a gobiernos elegidos en elecciones libres. Por su parte, Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas, dejaban atrás los gobiernos comunistas y totalitarios y abrazaban con un aura de renovada libertad los principios democráticos y la economía de mercado. La Federación Rusa, bajo el mando de Boris Yeltsin también sucumbió a esta nueva ola y se sumergió en un profundo proceso de desmantelamiento de las estructuras de la vieja Unión Soviética, comenzando con la liberalización de su economía y la privatización de importantes industrias como los poderosos sectores minero – energéticos de la antigua estructura planificada. Cuando el Presidente George H. W. Bush acuñó el término de un “nuevo orden mundial” lo que quería significar era el advenimiento de una nueva era que se caracterizaba por la solución pacífica de los conflictos, el respeto universal de los derechos humanos, la plena vigencia de los principios democráticos y de libre mercado, la cual estaba destinada a estructurar un nuevo relacionamiento internacional basado en instituciones globales y en el derecho internacional (Posner, 2014). Este nuevo orden mundial, que parecía mantenerse a lo largo de la década de los 90s y comienzos del Siglo XXI era una expresión de los nuevos intereses de los EE.UU. en un mundo en donde la amenaza de la Unión Soviética y el temor de la hecatombe nuclear habían desaparecido. No en vano, la misma Secretaria de Estado, Condolezza Rice (2008) señalaba en su momento, como a la luz de la política exterior norteamericana la construcción de la democracia alrededor del mundo era un componente privilegiado de sus intereses nacionales . En el campo académico de las relaciones internacionales, ninguna de las teorías predominantes, sea el realismo o el liberalismo, lograron predecir de manera adecuada la caída del bloque soviético y a partir de allí la configuración de este nuevo orden mundial (Walt, 1998). A pesar de esta concepción, que desde el marco de las teorías de las relaciones internacionales se enfocaba en una aproximación liberal y Wilsoniana , para otros, este “nuevo orden mundial” que se pregonaba desde Washington no era tal, sino una simple manifestación del realismo clásico en donde el poder hegemónico, ahora solitario de los EE.UU. se expresaba cada vez más fuerte a través de su influencia sobre todas las instituciones globales en cuyo escenario se podía mover sin contrapeso alguno (Drezner, 2007). En otras palabras, el nuevo orden mundial no era más que la expresión del unilateralismo norteamericano que se traducía en un desprecio por las instituciones internacionales cada vez que ellas amenazaban su tradicional poderío. Sobre el particular, Malone y Khong (2003) señalan como unilateralismo la tendencia de un estado a actuar solo, fuera de la estructura multilateral con el objetivo de evitar que el estado sea sujeto de los principios generalizados o que su conducta tenga que ser coaccionada o negociada en contra de los intereses nacionales y eso era principalmente lo que representaba la conducta norteamericana en el escenario post guerra fría. Para la opinión pública internacional, nada reflejó más el unilateralismo norteamericano que la administración de George W. Bush (2001-2009), y por sobre todo las invasiones a Afganistán e Irak que se justificaron en el marco de “la guerra contra el terror” que siguió a los atentados del 11 de septiembre. Pero no sólo estos dos eventos expresaron dicha conducta, también su negativa a adherir a los protocolos de Kioto y por supuesto al Tratado de Roma que dio origen a la Corte Penal Internacional, por citar sólo un par de ejemplos. Los eventos del 11 de septiembre marcaron un giro en la política exterior estadounidense y acentuaron un escalamiento en su unilateralismo bajo el predominio del ala dura de los miembros del Partido Republicano como el Vicepresidente Cheney, el Secretario de Defensa Rumsfeld y la Secretaria de Estado Condolezza Rice. La lucha contra el terrorismo y la doctrina de la guerra preventiva (preemptive war) llevaron finalmente a la invasión de Irak en el año 2003, guerra que con el pretexto de desmantelar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, llevó la acción unilateral de Estados Unidos a su máxima expresión. A pesar del malestar general que a nivel internacional provocó la invasión a Irak, la hegemonía estadounidense siguió incontrastable durante gran parte de la primera década del S XXI. Sin embargo, en la región del Asia Central, concretamente al interior de una pequeña república ex soviética denominada Georgia se comenzó a gestar un conflicto que vino a demostrar que el enfoque realista de las relaciones internacionales no había entrado en crisis como muchos suponían con la consolidación del unilateralismo norteamericano y que aun cuando el debate ideológico había llegado a su fin con el triunfo del capitalismo sobre el comunismo (Fukujama, 1992), esto no significaba que los postulados realistas del poder duro (hard power) se hubiesen evaporado (Mead, 2014). En ese sentido, la guerra entre Georgia y Rusia que tuvo como antecedentes el deseo de la pequeña república de estrechar sus lazos con la Unión Europea así como el acuerdo estratégico con la OTAN con miras a establecer una hoja de ruta para su ingreso a la Alianza Atlántica, marcó un hito fundamental de lo que para muchos representa el final del nuevo orden mundial que proclamo el Presidente H.W. Bush en 1.991 (Posner, 2014), en cuanto demostró que para los estados, la consolidación de esferas de influencia y la defensa del interés nacional como principio de supervivencia, no habían desaparecido con la caída del muro de Berlín. La hegemonía estadounidense volvería a ponerse a prueba en el año 2013 con la crisis generada por el uso de armas químicas por parte del régimen sirio de Bashar al Asad, donde nuevamente el interés americano, esta vez en cabeza del Presidente Obama de buscar una intervención militar fue convertido hábilmente por el Presidente Putin en un juego de geopolítica, con el interés primario de proteger a su aliado en la región. Hoy, la guerra al interior de Siria ha cobrado la vida de miles de víctimas civiles y Bashar al Asad sigue inamovible del poder gracias en gran parte a la protección que en su momento le brindó el gobierno Ruso al contener con éxito la iniciativa de los EE.UU. de lograr una intervención que facilitara su salida del poder. La actual situación en Ucrania, después de la anexión de la provincia de Crimea por parte de Rusia, es sólo el corolario de lo que han dado en llamar la bienvenida a la Guerra Fría II (Trenin, 2014), en donde la Federación Rusa de la mano de Vladimir Putin busca de alguna manera servir de poder de contención frente al poder hegemónico estadounidense y restablecer la grandeza de los otrora imperios ruso y soviético. El nuevo poder ruso: Un análisis desde el Constructivismo. A pesar de que eventos como la guerra entre Georgia – Rusia, la situación que se vivió con las armas químicas en Siria o la actual situación en Ucrania con la anexión de Crimea son hechos incontrastables del ascenso del poderío ruso que pueden ser analizados desde varios enfoques teóricos como el realismo y el realismo neoclásico, es posible argumentar que tales hechos responden más a lógicas constructivistas por cuanto emergen de una construcción o tal vez, reconstrucción de los intereses e identidades de Rusia, materializadas en una redefinición del papel que debe tener en el escenario de las relaciones internacionales, la cual parte de un nuevo concepto del papel del estado en el escenario internacional por parte de sus élites predominantes y en particular del presidente Vladimir Putin. En efecto, el discurso que ha manejado el presidente Putin, se ha centrado en el interés legítimo de Rusia en mantener sus esferas de influencia. Si bien, esta aproximación corresponde a un enfoque puramente realista, lo que ha logrado Putin es redefinir – a través del discurso – los intereses que mantenía dicha nación desde el desmoronamiento del bloque soviético, que en algún momento hicieron pensar a occidente que dicha nación hacía parte de la comunidad que conforma el “mundo libre” y que por ende era parte de la construcción de ese “nuevo orden mundial”. Como lo expresa Ruggie (1998), así como la Alemania y el Japón de hoy difieren significativamente de lo que constituían como nación en los años anteriores a la II Guerra Mundial, así también, la Rusia de hoy difiere de la nación que emergió después del fin de la Guerra Fría. Esta transformación se ha visto reflejada en un giro en la concepción de la identidad rusa, la cual, de la mano de Putin, la ha llevado a servir de contención a la hegemonía y el unilateralismo estadounidense. En este sentido, este nuevo giro en la política exterior rusa que ha llevado a ser suspendida del G-8, responde a dinámicas internas dentro del establishment que hoy la gobierna, que comportan un giro en torno a sus intereses e identidad que en ninguna medida corresponden a situaciones exógenas sino que han sido socialmente construidas bajo el liderazgo de Vladimir Putin. No obstante lo anterior, para algunos como Ikenberry (2014), el nuevo orden “liberal” surgido a finales del siglo XX, no está en peligro por el resurgimiento del poder ruso, pues son sólo muestras aisladas por parte del presidente Putin de resistir la hegemonía estadounidense, al menos en su natural esfera de influencia. Rusia, aseguran, está profundamente integrada tanto a la economía mundial, como a las instituciones de gobernanza globales, lo que genera un grado de interdependencia que le permite a los EE.UU. un margen de maniobra alto a la hora de manejar la competencia que genera su poder emergente. Sin embargo, puede que las capacidades actuales de la Rusia de Putin no sean suficientes para contrarrestar de una manera importante la hegemonía estadounidense, y que inclusive se encuentre en una situación inferior al de otras potencias emergentes como China. Sin embargo, esta situación, que parte de un enfoque meramente realista, no puede subestimar el cambio de identidad e intereses que ha construido el gobierno de Putin, pues definitivamente occidente fracasará en su relacionamiento con Rusia sí persiste en la idea de que la de hoy es la misma que aquella de finales del Siglo XX que abrazaba con fervor “un nuevo orden mundial” basado en las instituciones de gobernanza global construidas por occidente. BIBLIOGRAFIA 1. Asmus, Ronald. A Little War That Shook The World: Georgia, Russia and the Future Of The West. NY: Palgrave Macmillan, 2010. 2. Bbc.com. “Tres días que Cambiaron al Mundo” [En línea], Disponible en: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/specials/newsid_1496000/1496749.stm. 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